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07 julio 2015

Artículos de Eduardo Galeano

Manos arriba
Eduardo Galeano
(El País, 1 Jul 2000)

Eduardo Galeano
1. Hace poco, mi casa fue asaltada. Los ladrones se dejaron una sierra (en el mango se lee: Facilitando su trabajo) y un reguero de cosas que tuvieron que abandonar en la estampida. Entre las cosas que pudieron llevarse estaba una computadora que yo acababa de comprar y que iba a ser la primera de mi vida. Mi progreso tecnológico ha sido interrumpido por la delincuencia.Yo bien sé que el episodio carece de importancia, y que, al fin y al cabo, forma parte de la rutina de la vida en el mundo de hoy, pero el hecho es que no he tenido más remedio que agregar rejas a las rejas y que ahora mi casa parece, como todas, una jaula. Como a todos, una nueva dosis de veneno me ha sido inoculada: el veneno del miedo, el veneno de la desconfianza.
2. Es una antigua leyenda china. A la hora de irse a trabajar, un leñador descubre que le falta el hacha. Observa a su vecino: tiene el aspecto típico de un ladrón de hachas, la mirada y los gestos y la manera de hablar de un ladrón de hachas. Pero el leñador encuentra su herramienta, que estaba caída por ahí. Y cuando vuelve a observar a su vecino, comprueba que no se parece para nada a un ladrón de hachas, ni en la mirada ni en los gestos ni en la manera de hablar.
3. El filósofo británico Samuel Johnson decía, a mediados del siglo XVIII: "La seguridad, dé lo que dé, da lo mejor". Dos siglos después, decía el filósofo italiano Benito Mussolini: "En la historia de la humanidad, el policía ha precedido siempre al profesor". Y ahora, grandes carteles nos advierten, en los supermercados: "Sonría: por su seguridad, lo estamos filmando y grabando".
4. Bien lo saben los políticos y los demagogos de uniforme: la inseguridad es el pánico de nuestro tiempo. Y las estadísticas confirman que el mundo está transpirando violencia por todos los poros.
Colombia es el país más violento del mundo. Los asesinatos de todo un año en Noruega equivalen a un fin de semana en Cali o Medellín. Se supone que la violencia colombiana es obra del narcotráfico y de la guerra entre militares, paramilitares y guerrilleros. Pero la organización Justicia y Paz atribuye la mayoría de los crímenes, siete de cada diez, a "la violencia estructural de la sociedad colombiana". Colombia es uno de los países más injustos del mundo: 80% de pobres, 7% de ricos; de cada 100 adultos, 22 están desempleados y 55 trabajan a la buena de Dios, en eso que los expertos llaman mercado informal.
5. En Brasil se roba un auto cada minuto y medio. Durante las horas más peligrosas, que son las horas de la noche, los conductores de vehículos en Río de Janeiro están autorizados a saltarse los semáforos en rojo. Y no sólo se roban autos. Gran éxito está teniendo un escultor de alegorías de carnaval, que está fabricando guardias virtuales para las empresas de seguridad: son maniquíes de uniforme policial, hechos de fibra de vidrio, con microcámaras en lugar de ojos. Otros guardias, de carne y hueso, disparan y matan y preguntan después. Muchas de sus víctimas son niños de la calle.
Brasil es, como Colombia, un país violento y un país injusto: el más injusto del mundo, el que más injustamente distribuye los panes y los peces. Veintiún millones de niños viven, sobreviven, en la miseria.
Hélio Luz, que hasta hace poco fue jefe de policía en Río, recordó recientemente, en una entrevista, que la policía brasileña no nació para proteger a los ciudadanos: fue creada, en l808, para controlar a los esclavos.
Los esclavos eran negros, y negros son, hoy día, la mayoría de sus víctimas.
6. Los policías y los políticos latinoamericanos acuden en peregrinación a Nueva York. Allí aprenden la fórmula mágica contra la delincuencia. La tolerancia cero se aplica hacia abajo, como la represión cero se aplica hacia arriba. Esta criminalización de la pobreza castiga al delincuente antes de que viole la ley. Hasta los graffitis merecen castigo porque delatan "una conducta protocriminal".
La delincuencia ha disminuido en Nueva York y en todo el territorio estadounidense. Pero no como resultado de la política de intolerancia: la mano dura sólo ha servido para multiplicar los horrores policiales contra los negros en el reino del alcalde Giuliani. Como bien dice el juez argentino Luis Niño, la tasa de criminalidad ha caído en Estados Unidos en la misma medida en que ha subido la tasa de ocupación: hay menos delito porque hay pleno empleo.
El milagro del pleno empleo, o de algo que, en todo caso, se le parece bastante, ha sido posible en este país que tiene al mundo entero trabajando para él. Pero la inseguridad es un buen negocio, y las cárceles privadas necesitan presos como los pulmones necesitan aire. Más vale prevenir que curar: cuantos menos delitos se cometen más presos hay. En los últimos 15 años, por poner un ejemplo, se ha multiplicado por tres la cantidad de menores de edad encerrados en cárceles de adultos, "para que los chicos se conviertan en adultos productivos", como explica James Gondles, vocero de las empresas privadas que se ocupan de encerrar gente en el país que tiene la mayor cantidad de presos en el mundo.
Eduardo Galeano es escritor y periodista uruguayo, autor de Las venas abiertas de América Latina y Memorias del fuego. © IPS / Comunica.

Escuela del Crímen,
Eduardo Galeano 
(El País,11 jul 1996)
Economía de importación, cultura de impostación, reino de la tilinguería: estamos todos obligados a embarcarnos en el crucero de la modernización. En las aguas del mercado, la mayoría de los navegantes está condenada al naufragio; pero la deuda externa paga, por cuenta de todos, los pasajes de la minoría que viaja en primera clase. Los empréstitos de la banquería mundial, que permiten atiborrar de nuevas cosas inútiles a la minoría consumidora, actúan al servicio del purapintismo de nuestras clases medias y de la copianditis de nuestras clases altas; y la televisión se encarga de convertir en necesidades reales a las demandas artificiales que el norte del mundo inventa sin descanso y exitosamente proyecta sobre el sur y sobre el este.Pero ¿qué pasa con los millones y millones de jóvenes latinoamericanos condenados a la desocupación o a los salarios de hambre? Entre ellos, la publicidad no estimula la demanda, sino la violencia; entre ellas estimula la prostitución. Los avisos proclaman que quien no tiene no es: quien no tiene auto, o zapatos importados, o perfumes importados, es un nadie, una basura; y así la cultura del consumo imparte clases para el multitudinario alumnado de la escuela del crimen.
Al apoderarse de los fetiches que brindan existencia a las personas, cada asaltante quiere ser como su víctima. La tele ofrece el servicio completo: no sólo enseña a confundir la calidad de vida con la cantidad de cosas, sino que además brinda cotidianos cursos audiovisuales de violencia, que los videojuegos complementan. El crimen es el espectáculo más exitoso de la pantalla chica. "Golpea antes de que te golpeen", aconsejan los maestros electrónicos de niños y jóvenes. "Estás solo, sólo cuentas contigo". Coches que vuelan, gente que estalla: "Tú también puedes matar".
Crecen las ciudades, las ciudades latinoamericanas ya están siendo las más grandes del mundo, y con "las ciudades, a ritmo de pánico, crece el delito. Ciudades insomnes: unos no duermen por la necesidad de atrapar las cosas que no tienen, otros no duermen por el miedo de perder las cosas que tienen.
La ansiedad consumidora no es la única profesora de la escuela del crimen. Ella actúa acompañada por la injusticia social, una profesora muy eficaz en sociedades donde la opulencia ofende escandalosamente al hambre, y también dicta allí sus lecciones la impunidad del poder, que enseña predicando con el mal ejemplo en sociedades donde los que mandan matan y roban sin remordimiento ni castigo.
Este mundo del final de siglo, que convida a todos al banquete pero cierra la puerta en las narices de la mayoría, es al mismo tiempo igualador y desigual. Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que brinda, pero tampoco ha sido nunca tan igualador en las ideas y las costumbres que impone. La igualación obligatoria, que actúa contra la diversidad cultural del bicho humano, impone un totalitarismo simétrico al totalitarismo de la desigualdad de la economía, impuesto por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros fundamentalistas de la libertad del dinero. En el mundo sin alma que se nos obliga a aceptar como único mundo posible no hay pueblos, sino mercados; no hay ciudadanos, sino consumidores; no hay naciones, sino empresas; no hay ciudades, sino aglomeraciones; no hay relaciones humanas, sino competencias mercantiles.
Nunca ha sido menos democrática la economía mundial, nunca ha sido el mundo más escandalosamente injusto. La desigualdad se ha duplicado en treinta años. En 1960, el 20% de la humanidad, el que más tenía, era treinta veces más rico que el 20% que más necesitaba. En 1990, la diferencia entre la prosperidad y el desamparo había crecido al doble, y era de sesenta veces. Y en los extremos de los extremos, entre los ricos riquísimos y los pobres pobrísimos, el abismo resulta mucho más hondo. Sumando las fortunas privadas que año tras año exhiben, con obscena fruición, las páginas pornofinancieras de las revistasForbes y Fortune, se llega a la conclusión de que 100 multimillonarios disponen actualmente de la misma riqueza que 1.500 millones de personas.
La desigualación económica tiene quien la mida. El Banco Mundial, que tanto hace por multiplicarla, la confiesa, por ejemplo, en su World development report de 1993. Y la confirman las Naciones Unidas(United Nations developmentprogramme, Human development report,1994). La igualación cultural, en cambio, no se puede medir. Sus demoledores progresos, sin embargo, rompen los ojos. Los medios de comunicación de la era electrónica, mayoritariamente puestos al servicio de la incomunicación humana, nos están otorgando el derecho a elegir entre lo mismo y lo mismo, en un tiempo que se vacía de historia y en un espacio universal que tiende a negar el derecho a la identidad de sus partes. Se hace cada vez más unánime la adoración de los valores de la sociedad de consumo.
La economía mundial necesita un mercado de consumo en perpetua expansión para que no se derrumben sus tasas de ganancia, pero a la vez necesita, por la misma razón, brazos que trabajen a precio de ganga en los países del sur y el este del planeta. La segunda paradoja es hija de la primera: el norte del mundo dicta órdenes de consumo cada vez más imperiosas, dirigidas al sur y al esté, para multiplicar a los consumidores, pero en mucho mayor medida multiplica a los delincuentes.
La invitación al consumo es una invitación al delito. Leyendo las páginas policiales de los diarios se aprende más sobre las contradicciones sociales que en las páginas sindicales o políticas. Allí están los alegres mensajes de muerte que la sociedad de consumo emite.

Noticias de los nadies
Eduardo Galeano
(El país, 27 Enero 1996)

Hasta hace 20 o 30 años, la pobreza era fruto de la injusticia. Lo denunciaban las izquierdas, lo admitía el centro, rara vez lo negaban las derechas. Mucho han cambiado los tiempos en tan poco tiempo: ahora la pobreza es el justo castigo que la ineficiencia merece o, simplemente, es un modo de expresión del orden natural de las cosas. La pobreza puede merecer lástima, pero ya no provoca indignación: hay pobres por ley de juego o fatalidad del destino.El código moral de este fin de siglo no condena la injusticia, sino el fracaso.
Hace unos meses, Robert McNamara, que fue uno de los responsables de la guerra de Vietnam, escribió un largo arrepentimiento público. Su libro In retrospect (Times Books, 1995) reconoce que esa guerra fue un error. Pero esa guerra, que mató a tres millones de vietnamitas y a 58.000 norteamericanos, fue un error porque no se podía ganar, y no porque fuera injusta. El pecado está en la derrota, no en la injusticia.
Con la violencia ocurre lo mismo que ocurre con la pobreza. Al sur del planeta, donde habitan los perdedores, la violencia rara vez aparece como un resultado de la injusticia. La violencia casi siempre se exhibe como el fruto de la mala conducta de los eres de tercera clase que habitan el llamado Tercer Mundo, condenados a la violencia porque ella está en su naturaleza: la violencia corresponde, como la pobreza, al orden natural, al orden biológico o quizá zoológico de un submundo que así. es porque así ha sido y así seguirá siendo.
Mientras McNamara publicaba su, libro sobre Vietnam, dos países latinoamericanos, Guatemala y Chile, atrajeron, por asombrosa excepción, la atención de la opinión pública norteamericana.
Un coronel del Ejército de Guatemala fue acusado del asesinato de un ciudadano de Estados Unidos y de la tortura y muerte del marido de una ciudadana de Estados Unidos. Desde hacía unos cuantos años, se reveló, ese coronel cobraba sueldo de la CIA. Pero los medios de comunicación, que difundieron bastante información sobre el escandaloso asunto,, prestaron poca importancia al hecho de que la CIA viene financiando asesinos y poniendo y sacando Gobiernos en Guatemala desde 1954. En aquel año, la CIA organizó, con el visto bueno del presidente Eisenhower, el golpe de Estado que volteó al Gobierno democrático de Jacobo Arbenz. El baño de sangre que Guatemala viene sufriendo desde entonces ha sido siempre considerado natural, y raras veces ha llamado la atención de las fábricas de opinión pública. No menos de 100.000 vidas humanas han sido sacrificadas, pero ésas han sido vidas guatemaltecas y, en su mayoría, para cohno del desprecio, vidas indígenas.
Al mismo tiempo que revelaban lo del coronel en Guatemala, los medios informaron de que dos altos oficiales de la dictadura de Pinochet habían sido condenados a prisión en Chile. El asesinato de Oswaldo Letelier constituía una excepción a la norma de la impunidad, y este detalle no fue mencionado. Impunemente habían cometido muchos otros crímenes los militares que en 1973 asaltaron el poder en Chile, con la colaboración confesa del presidente Nixon. Letelier había sido asesinado, con su secretaria norteamericana, en la ciudad de Washington¡ ¿Qué hubiera ocurrido si hubiera caído en Santiago de Chile o en cualquier otra ciudad latinoamericana? ¿Qué ocurrió con el general chileno Carlos Prats, impunemente asesinado, con su esposa, también chilena, en Buenos Aires, en 1970

Automóviles imbatibles, jabones prodigiosos, perfumes excitantes, analgésicos mágicos: a través de la pantalla chica, el mercado hipnotiza al público consumidor. A veces, entre aviso y aviso, la televisión cuela imágenes de hambre y guerra. Esos horrores, esas fatalidades, vienen del otro mundo, donde el infierno acontece, y no hacen más que destacar el carácter paradisiaco de las- ofertas de la sociedad de consumo. Con frecuencia, esas imágenes vienen de Africa. El hambre africana se exhibe como una catástrofe natural, y las guerras africanas no enfrentan a etnias, pueblos o regiones, sino a tribus, y no son más que cosas de negros. Las imágenes del hambre jamás aluden, ni siquiera de paso, al saqueo colonial. Jamás se menciona la responsabilidad de las potencias occidentales que ayer desangraron África a través de la trata de esclavos y el monocultivo obligatorio y hoy perpetúan la hemorragia pagando salarios enanos y precios de ruina. Lo mismo ocurre con las imagenes de las guerras: siempre el mismo silencio sobre la herencia colonial, siempre la misma impunidad para los inventores de las fronteras falsas que han desgarrado África en más de cincuenta pedazos, y para los traficantes de la muerte, que desde el Norte venden las armas para que el Sur haga las guerras. Durante la guerra de Ruanda, que brindó las más atroces imágenes en 1994 y buena parte de 1995, ni por casualidad se escuchó en la tele la menor referencia a la responsabilidad de Alemania, Bélgica y Francia. Pero las tres potencias coloniales habían contribuido sucesivamente a hacer añicos la tradición de tolerancia entre los tutsis y los hutus, dos pueblos que habían convivido pacíficamente, durante varios siglos, antes de ser entrenados para el exterminio mutuo.

23 marzo 2015

JUAN GOYTISOLO,


Juan Goytisolo (1931- ), novelista español; nació en Barcelona y tuvo una infancia marcada por la muerte de su madre durante un bombardeo durante la Guerra Civil. Sus dos hermanos José Agustín y Luís también se dedican a la literatura, aunque cada uno de ellos tiene un registro y estilo peculiar y personalísimo en sus respectivas obras. 

 Su dedicación  literaria se inicio en la llamada generación del 50. Se trasladó a París en 1956, ciudad en la que trabajó como asesor literario para la editorial Gallimard.  En dicha editorial conoció a la su futura esposa, Monique Lange, gran amiga de Juan Benet, escritor que influyó en gran medida en la obra de Goytisolo.
            
Más tarde fijó su residencia en Marrakech (Marruecos),  pero  pasando temporadas en Estados Unidos y Canadá, países en los que ha impartido cursos en varias universidades.
           
 Su primera novela fue Juegos de manos (1954), a la que siguieron otros títulos como  Duelo en el paraíso (1955) y la trilogía El pasado efímero, compuesta por El circo (1957), Fiesta (1958) y La resaca (1958), entre otras obras de carácter crítico y testimonial, cuyas bases teóricas las expuso en su ensayo Problemas de la novela (1959). Señas de identidad (1966), considerada una de sus obras más logradas y en la que realiza un primer  intento de experimentación que  más tarde profundiza en Reivindicación del conde don Julián (1970) y Juan sin Tierra (1975). En  estas obras   expresa su ruptura con España y su heterodoxia total y crítico en relación con los valores de Occidente, actitud crítica que ha radicalizado con el paso de los años, en los que ha llegado a acusar a España de no haber aceptado y asumido totalmente la riqueza cultural de su pasado árabe.
           
 Goytisolo ha manifestado su pesar en multitud de ocasiones de que Occidente esté relegando al olvido su espíritu curioso que fue el que le dio ímpetu y fuerza en los siglos pasados y que ahora esté satisfecho y resignado en su presente mediocre y autocomplaciente. En obras como Makhara (1980)  reivindica la primacía y excelencia de todo lo natural y primigenio como fuente de realización, atacando al consumismo feroz que lo domina todo en el mundo occidental.
            
Otras obras emblemáticas de este autor son Paisajes después de la batalla (1982),  a modo de  supuesta autobiografía  de un extranjero que vive en un determinado barrio de París. A esa obra le siguen En Las virtudes del pájaro solitario (1988),  en la que aúna la mística de san Juan de la Cruz con la tradición sufí. La cuarentena (1990) es un relato  en el que lo onírico juega un importante papel, siguiendo una tradición musulmana que afirma que el alma una vez desencarnada y tras ser interrogada, permanece en un estadio intermedio entre este mundo y el espiritual.
            
Un tema que le ha preocupado ha sido el provocado por los conflictos bélicos y políticos tanto  en el este de Europa como en algunos países árabes de la última década, lo que le ha llevado a escribir sobre dichas cuestiones. Obras de este calado son El sitio de los sitios (1995), que tiene como telón de fondo la guerra de la antigua Yugoslavia. Otros títulos son ; Paisajes de guerra con Chechenia al fondo (1996), es un  singular libro de viajes, género en el que ya había escrito  y  al que volvió en De la ceca a La Meca (1997) en el que ofrece un mosaico que refleja la vida cotidiana de distintos países árabes.
            
Ha publicado dos libros de memorias Coto vedado (1985) y En los reinos de taifas (1986) que despertaron una gran polémica. Sus obras posteriores fueron La saga de los Marx (1993) y Las semanas del jardín (1997). Los títulos posteriores son las novelas La saga de los Marx (1993) y Las semanas del jardín (1997). Sus últimas obras publicadas son  el ensayo Cogitus interruptus (1999), y las novelas Carajicomedia (2000) y Telón de boca (2003) y ela  colección de artículos Pájaro que ensucia su propio nido (2001). En 2002 recibió el Premio Octavio
            
Juan Goytisolo  es miembro del Parlamento Internacional de Escritores y presidente del jurado de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO. Fue nombrado miembro honorario de la Unión de Escritores de Marruecos (UEM) en junio de 2001  "en reconocimiento a sus posturas en favor de Marruecos y de su cultura".
            
En 2012 Juan Goytisolo afirmó que  abandonaba la narrativa para siempre: "Es definitivo. No tengo nada que decir y es mejor que me calle. No escribo para ganar dinero ni al dictado de los editores". Desde entonces, sigue escribiendo ensayos literarios y debuta en poesía. En fechas próximas se espera la publicación de su primer poemario. El autor dice sobre  dicho poemario "Son nueve, ni uno más ni uno menos. Cuando dejé la narrativa pasaron por mi cabeza como bandas de cigüeñas que me dejaron esos poemas".1
            
Le ha sido otorgado el Premio Cervantes 2014.



Bibliografía de Juan Goytisolo

Juan Goytisolo
Narrativa:
Juegos de manos (1954). 
Duelo en el Paraíso (1955). 
Trilogía El mañana efímero. 
El circo (1957). 
Fiestas (1958). 
La resaca (1958). 
Para vivir aquí (1960). 
La isla (1961). 
La Chanca (1962). 
Fin de Fiesta. Tentativas de interpretación de una historia amorosa (1962). Relatos. 
Trilogía Álvaro Mendiola. 
Señas de identidad (1966). 
Reivindicación del conde don Julián (1970). 
Juan sin Tierra (1975). . 
Makbara (1980). 
Paisajes después de la batalla (1982). 
Las virtudes del pájaro solitario (1988). 
La cuarentena (1991). 
La saga de los Marx (1993). 
El sitio de los sitios (1995). 
Las semanas del jardín (1997). 
Carajicomedia (2000). 
Telón de boca (2003). 
Novelas y ensayo 1954 - 1959. Obras completas vol. I (2005). 
Obra completa vol. II (narrativa y relatos de viaje) (2006). 
Obras completas vol. III (novelas de 1966 a 1982) (2006). 
Obras completas vol. IV (novelas de 1988 a 2003) (2008). 
Obras completas vol. V (autobiografía y viajes al mundo islámico) (2008). 
El exiliado de aquí y de allá (2008).
Ensayo:
Problemas de la novela (1959). 
Furgón de cola (1967). 
España y los españoles (1979). 
Crónicas sarracinas (1982). 
El bosque de las letras (1995). 
Disidencias (1996). 
De la Ceca a la Meca. Aproximaciones al mundo islámico (1997). 
Cogitus interruptus (1999). 
El peaje de la vida (2000, con Sami Naïr). 
El Lucernario: la pasión crítica de Manuel Azaña (2004). 
Contra las sagradas formas (2007). 
Ensayos escogidos (2008)
Ensayos sobre José Ángel Valente (2009)

Varios:
Campos de Níjar (1954) 
Pueblo en marcha. Tierras de Manzanillo. Instantáneas de un viaje a Cuba (1962)
Obra inglesa de Blanco White (1972)
Coto vedado (1985)
En los reinos de taifa (1986)
Alquibla (1988)
Estambul otomano (1989)
Aproximaciones a Gaudí en Capadocia (1990) 
Cuaderno de Sarajevo (1993)
Argelia en el vendaval (1994)
Paisajes de guerra con Chechenia al fondo (1996)
Lectura del espacio en Xemaá-El-Fná (1997)
El universo imaginario (1997). 
Diálogo sobre la desmemoria, los tabúes y el olvido (2000) 
Paisajes de guerra: Sarajevo, Argelia, Palestina, Chechenia (2001). 
Pájaro que ensucia su propio nido (2001)
Memorias (2002). 
España y sus Ejidos (2003).
Homenaje a José Ángel Valente, (prólogo). Antología de J. A. Valente. Colección de poesía El País (2009).

PREMIOS
Premio Europalia (1985)
Nelly Sachs (1993)
Premio Mediterráneo extranjero (1994)
Premio Rachid Mimumi (1995)
Premio Ensayo (2002)
Premio Octavio Paz (2002)
Premio Juan Rulfo (2004)
Premio Nacional de las Letras españolas (2008)
Premio de las Artes y las Culturas de la Fundación Tres Culturas (2009)
Premio Cultura, Planeta y Océanos Sostenibles (Fundación Baile de Civilizaciones) (2012)
Premio Spiros Vergos (2012)
Premio Internacional de Literatura de Formentor (2012)
Premio Cervantes (2014)

ENLACES

http://cultura.elpais.com/cultura/2014/11/24/actualidad/1416820940_879415.html
  

Artículos de Juan Goytisolo

Novela, música y poesía                                                                    
Juan Goytisolo
Juan Goytisolo
(El País, 25 de noviembre de 2014)

Uno. La relación entre poesía y novela parte de un hecho diferencial: mientras la segunda no cabe en el ámbito estricto de la primera, la poesía a la inversa sí. La prosa de aquella puede asumir un ritmo poético si el autor dispone de un oído musical abierto a los diferentes registros del habla e invita a una lectura en voz alta. Desde la cadencia y el uso de símiles que hallamos en Faulkner a la concepción de la obra total como un vasto poema conforme al modelo de La muerte de Virgilio de Broch el abanico de posibilidades es infinito.

Releyendo recientemente Bajo el volcán de Malcom Lowry encontré imágenes (“nubes como cisnes sombríos”) de belleza conmovedora. Al dar con la “súplica muda de los alcornoques” evoqué el tronco descorchado rojizo de los que contemplaba en los veraneos de mi niñez e imaginé al punto los del Parque Natural de la Almoraima con su imploratorio ademán ante la crasa barbarie que los amenaza: la devastación de aquel bello paraje ecológico en aras del insaciable apetito inmobiliario que nos llevó a la maldita burbuja. Un hotel de cinco estrellas con bungalows, piscinas y campos de golf destinados, a falta de un hipotético comprador indígena, a algún honestísimo magnate ruso o a un jeque golfante de los del Golfo.

Dos. Si, salvo raras excepciones, el relato anterior a Cervantes era como un instrumento musical de una sola cuerda, nuestro primer escritor inventó otro en el que diversos instrumentos se conjugan de forma armónica: el de esas variaciones sinfónicas que se impondrían en la narrativa del siglo XIX. La novela como sinfonía alcanzó su cumbre en dicha centuria. Ulises marca también un punto de inflexión que pone fecha de caducidad a la reiteración de las formas narrativas de Balzac y Galdós. Sin su novedad constitutiva la obra de arte cesa de existir aunque el público lector, atento solo a la trama argumental de la novela que tiene entre las manos, no se percate de ello.

Tres. Paul Valéry definía el poema como “una oscilación entre el sentido y el sonido”. Tal formulación, aunque válida, es solo aproximativa en cuanto no abarca la complejidad de los problemas que nos planteamos. ¿No sería mejor por ejemplo hablar de conjunción de intensidad semántica y belleza musical? La poesía, según la concebimos a partir de Baudelaire, comprende una gama de registros distintos, pero excluye todo tipo de retórica y didactismo, por no hablar de la facilidad ripiosa en la que tanto incurrieron nuestros románticos. Es, por decirlo así, una poesía antilírica, centrada en un esfuerzo de decantación. Dicho esfuerzo por partida doble —reducción del vocabulario y ahondamiento de la relación sintáctica en el interior de éste (Kundera dixit)— marca con su sello inconfundible la modernidad intemporal a la que aspira el poeta: libre de toda ornamentación verbal, del jadeo cansino de quien estira el verso para alcanzar la meta de cumplir ingenuamente consigo mismo o de responder a la espera del público (tal fue el caso a veces de Victor Hugo y en nuestra lengua del Neruda propagandístico).

Lo que nos dice San Juan puede ser interpretado de modos muy distintos sin alterar por ello la unidad

Cuatro. Como esa flor que milagrosamente se abre paso entre el agrietado alquitrán al borde de un sendero así la belleza del poema emerge con fuerza del subsuelo que abriga lo clandestino. Es el murmullo que llega a nuestro oído en medio del ruido mediático de lo inane y efímero. Trabajar con la palabra es volver al arte humilde del calígrafo, a la época en la que el material prefabricado no existía y el arte surgía con sencillez de las manos curtidas del artesano.

El artista, ya sea músico, poeta o novelista que abandona el recurso a las cláusulas del canon establecido y se exilia del mismo, busca como un zahorí la radicalidad del origen, de lo increado que aguarda con paciencia el acto virtual de la creación.


Cinco. “Lo que importa en un poema”, dice I. A. Richards citado por Eliot, “no es nunca lo que dice sino lo que es”. La observación se ciñe escrupulosamente a la verdad y vale tanto para Góngora como para San Juan de la Cruz. El argumento de Las soledades (¿cabe hablar de él en la inabarcable creación gongorina?) carece de relevancia. La obra es lo que es, una extraordinaria construcción verbal entretejida de tensiones semánticas que el artífice ha elaborado con enrevesada nitidez. Lo mismo se aplica al verbo alquitarado de San Juan: lo que nos dice puede ser interpretado de modos muy distintos sin alterar por ello la unidad y substancia de lo que es (la interpretación del autor en su prólogo a Canto espiritual es una entre mil otras y en vez de aclarar su sentido lo complica y extravía al lector y al otro posible destinatario del mismo: el señor inquisidor).


Seis. Mientras redacto estas notas releo a Octavio Paz: pocos escritores han señalado con tanta justeza y nitidez la urgencia de introducir el pensamiento crítico del lenguaje en el ámbito de la creación poética y novelesca e, inversamente, de una aconsejable dosis de imaginación en el pensamiento crítico. Lo que en los medios de comunicación se vende por crítica es una mera apreciación subjetiva, y a veces venal, carente en cualquier caso del conocimiento interdisciplinario y de la sensibilidad indispensable para captar el significado de la obra en el contexto de la evolución de los géneros. Dicha seudocrítica mide a menudo la importancia de un libro por el número de quienes lo adquieren obviando el hecho de que una cosa es la innovación y otra muy distinta la visibilidad y apoteosis mediática. La mayor parte de las obras que se imponen en el mercado pertenecen al “género de las ya leídas antes de haber sido escritas”: simple reiteración, pura redundancia. Pero vuelvo a Octavio Paz y a su reflexión luminosa en unos tiempos en los que la mediocre cultura ambiental y la indigencia crítica reducen la vida literaria a los avatares de una grotesca y pueril competición deportiva (Fulano de tal “triunfa” en Fráncfort, Mengano bate récords de venta en su caseta-jaula del zoo-Feria de Madrid, etcétera): “Prosa y poesía libran en el interior de la novela una batalla, y esa batalla es la esencia de la novela: el triunfo de la prosa convierte a la novela en documento psicológico, social o antropológico; el de la poesía la transforma en poema. En ambos casos desaparece como novela. Para ser, la novela tiene que ser al mismo tiempo prosa y poesía, sin ser enteramente ni lo uno ni lo otro”.

Una cosa es en un libro la innovación y otra muy distinta la visibilidad y apoteosis mediática

Siete. El lector de la gran poesía se adentra en un mundo que exige de él una sensibilidad, rigor y experiencia que trascienden las coordenadas de la época y del ámbito local. Los lectores apresurados de ella suelen errar y transmitir su yerro a las generaciones sucesivas. Consulto, porque lo tengo a mano, Función de la poesía y función de la crítica de T. S. Eliot traducido hace más de medio siglo a nuestra lengua por Jaime Gil de Biedma: “La persona de experiencia limitada está siempre dispuesta a dejarse engañar por la falsificación o el artículo adulterado y así vemos generación tras generación de lectores bisoños engañarse con lo ficticio y amañado de la propia época, prefiriéndolo incluso, por ser más fácilmente asimilable, al producto genuino”.

La obra de San Juan de la Cruz y de Góngora, por citar dos ejemplos, no incidió en la de nuestros poetas de los siguientes siglos y público y crítica se extasiaron en cambio ante Espronceda (“un piano tocado con un solo dedo”, dijo de él con humor Eugenio d’Ors) y aún ante Zorrilla (“una pianola”, añadiría d’Ors, “y como el que se cansa pedaleando es él...”). Con todo, el verdadero poeta obliga a regresar a la fuente de la que mana el verso. Leer poesía es avezarse al arte del regreso, a la vuelta atrás. La verdadera poesía, como el vino añejo, se decanta y mejora con el tiempo.

Ocho. “Considero el verso una cosa intermedia, un paso de la música a la prosa. En la prosa hablamos libres. Podemos incluir ritmos musicales y, a pesar de ello, pensar. Podemos incluir ritmos poéticos y, sin embargo, estar fuera de ellos. Un ritmo ocasional de verso no estorba a la prosa; un ritmo ocasional de prosa hace tropezar al verso” (Fernando Pessoa, Libro del desasosiego, traducción de Ángel Crespo).


El caldo de cultivo del fanatismo
Juan Goytisolo
(El País, 26 de octubre de 2014)

Uno. Cuando preparaba los guiones de la serie televisiva Alquibla sobre la sociedad, cultura y artes del mundo islámico, destinada a romper los clichés sobre el mismo y mostrar su enriquecedora variedad en el marco de un saber ecuménico, incluí uno sobre la preceptiva peregrinación a La Meca y Medina en la línea de lo narrado primero por Ibn Battuta y luego por Alí Bey y Richard Burton. Contaba para ello con un material valioso: el testimonio escrito de los moriscos que viajaban secretamente a los lugares santos del islam a lo largo del siglo XVI. La descripción ingenua pero precisa de los ritos de lo que denominaban romeaje o alhache del Mancebo de Arévalo y del anónimo autor de las Coplas de Puey Monzón exponía a la luz la problemática oculta de una comunidad oprimida que no buscaba como en el caso del paisano manchego de Sancho Panza la libertad de conciencia sino el retorno a las fuentes de su fe. Redacté así un texto basado en el relato de esos peregrinos y antes de iniciar mis gestiones con las autoridades saudíes se lo confié al presidente del Consejo Europeo de Mezquitas, a quien conocía a través de amigos comunes, para obtener su visto bueno y verificar que no se distanciaba de la exactitud que exigía el tema. El interesado me dio la luz verde y tuvo la amabilidad de acompañarme a la Embajada del reino saudí en Madrid, en donde presenté el escrito que servía de base al futuro guion al agregado cultural de aquella.

Sabía que por el hecho de no ser musulmán mi acceso a las ciudades santas planteaba problemas, y en razón de ello propuse filmar el episodio con un equipo de musulmanes españoles que viajarían conmigo y me asesorarían a lo largo del rodaje. El diplomático me acogió cordialmente y dijo que transmitiría mi proyecto a las autoridades que debían decidir sobre él. Quedó en contactarme antes de 15 días pero el plazo terminó sin noticia alguna, y en una nueva conversación, tras asegurarme que no dudaba de mis buenos propósitos, me sugirió que colaborara con un equipo saudí. Acepté la idea para salvar el filme pero pasaron los días y ese silencio administrativo —el de dar largas al asunto— me convenció de la inutilidad del empeño. Renuncié pues al episodio no sin expresar antes a quienes habían leído mi texto que estos exquisitos escrúpulos sobre mi presencia en los lugares santos no se habían manifestado 10 años antes, cuando en 1979 las autoridades de Riad reclamaron la intervención de centenares de gendarmes franceses, obviamente no musulmanes, para aplastar a sangre y fuego la rebelión de los peregrinos chiíes en el mismísimo Bayt al Haram. El lance se saldó con numerosísimas víctimas y puso de relieve las contradicciones que minan la credibilidad de un poder que se erige en referente religioso de más de 1.300 millones de fieles en cuanto guardián de los lugares santos.

Dos. La escuela jurídico-doctrinal hanbalí —la más estricta de las cuatro juzgadas ortodoxas por los suníes—, revigorizada más tarde por la doctrina de Ibn Taimiya, fue la fuente en la que se embebió siglos más tarde el teólogo Abd al-Wahhab, cuyas ideas inspiraron a su vez a Ibn Saúd, ancestro de la actual dinastía, lo que más tarde se denominaría el wahabismo, fundado en la solidaridad religioso-tribal tan bien analizada por Ibn Jaldún. El rigorismo extremo de Abd al-Wahhab y de las tribus que se adueñaron de La Meca y Medina 50 años antes de la llegada a los lugares santos de nuestro compatriota Alí Bey suscitó en este unas reflexiones que deben ser analizadas a la luz de lo que ocurrió después. Sus ideales religiosos y sociales, dice en síntesis, encontrarán un grave obstáculo a su difusión en las ciudades y regiones musulmanas más avanzadas a causa de la extrema rigidez de sus principios, incompatibles con las costumbres de las naciones que disfrutaban de los adelantos de la civilización, “de manera que si los wahabíes no ceden un poco en la severidad de estos principios me parece imposible que su doctrina pueda propagarse a otros países más allá del desierto”.

Lo que no podía prever Domingo Badía, tal era el nombre auténtico de Alí Bey, era que el descubrimiento del petróleo en los años veinte del pasado siglo procuraría al reino de Arabia Saudí unos fabulosos recursos económicos que extenderían su influencia a todos los ámbitos del orbe musulmán. Como escribe Luz Gómez García en su excelente Diccionario de islam e islamismo, “el proselitismo saudí ha dado lugar a la fundación y financiación de una extensa red de establecimientos educativos y culturales de inspiración wahabí por todo el mundo, vehículo de la reislamización social de amplias capas desislamizadas o islamizadas en sentido contrario al suyo”.

Las ideas de Abd al-Wahhab inspiraron lo que más tarde se denominaría el wahabismo
Centenares de mezquitas, madrasas y fundaciones piadosas con su personal cuidadosamente encuadrado proliferan ahora tanto en los países musulmanes como en Europa y son una almáciga de salafistas que sirven de caldo de cultivo al extremismo religioso que ensangrienta vastas regiones de Dar al Islam. Las prédicas inflamadas de los imames que ocupan los espacios televisivos de muchos canales del Golfo contribuyen a ello y no son objeto de censura en la medida en que no cuestionan el orden jurídico-religioso del reino de los Ibn Saúd.

Tres. Las relaciones conflictivas de las monarquías petroleras y los diferentes movimientos de inspiración salafista a lo largo del último medio siglo han sido objeto de numerosos análisis por los arabistas y estudiosos en la materia. Para ceñirme a mi experiencia argelina no está de más recordar que el desastroso programa de arabización de Bumedián y la importación de centenares de profesores formados en Arabia Saudí fueron una de las razones determinantes del auge islamista que cuajó en el Frente Islámico de Salvación, cuya victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas de diciembre de 1991 provocó la suspensión de estas y el encarcelamiento de la cúpula del FIS, causa a su vez de la sangrienta guerra civil de la década de los noventa que se cobró más de 130.000 víctimas. Sobrepasado por el giro de los acontecimientos, Riad anatematizó la deriva extremista del Grupo Islámico Armado como lo haría 20 años más tarde —tras el triunfo de los Hermanos Musulmanes en los comicios egipcios y su aplicación de unos planes vistos con sospecha por los guardianes del orden jurídico-religioso del reino— con la hermandad creada por Hasan al-Banna, tildada de terrorista a raíz del golpe militar del mariscal Al Sisi. En ambos casos, las criaturas engendradas por el rigorismo doctrinal saudí lo forzaron a tomar posición frente a ellas en un difícil ejercicio de equilibrio entre su doctrina e intereses estratégicos.

Como un aprendiz de brujo, el reino de los Ibn Saúd afronta hoy el desafío de la proclamación del califato islámico por las huestes de un salafismo radical llevado a sus últimas consecuencias y en cuyas filas, como en Al Qaeda, figuran numerosos combatientes de la Península arábiga. Pese a ser la referencia religiosa del islam suní, Riad, aunque sin agregar sus tropas al Ejército iraquí y peshmergas kurdos que frenan su ofensiva, forma parte de la coalición occidental que lo combate. En otras palabras, aplaude por un lado la campaña militar de los “cruzados”, como lo acusan las redes sociales de la nebulosa extremista, mientras suministra por otro sus armas a los grupos yihadistas que luchan contra El Asad por la amenaza que representa el llamado “arco chií” en su rivalidad estratégica y religiosa con Teherán por la supremacía espiritual en el mundo islámico.

La sociedad saudí está descontenta por la rigidez religiosa y el injusto reparto de la riqueza
No obstante, el férreo control del sistema, la sociedad saudí bulle hoy de un descontento provocado por el rígido encuadre religioso y tribal y la injusta distribución de la riqueza procedente del oro negro. El país es una olla de presión en la que hierve una contestación que no se puede aplacar con los paños fríos de las cautelosas reformas emprendidas por el actual monarca ni con la improvisada asistencia social a la masa de los desfavorecidos.

Cuatro. Vuelvo al episodio de mi frustrado documental sobre la peregrinación cuyo escrito incluí en mi libro De la Ceca a la Meca mientras hojeo las estadísticas de la increíble tasa de analfabetismo en el mundo árabe y constato la incapacidad de sus sistemas educativos para enfrentarse a los desafíos de la modernidad más allá de las meras innovaciones tecnológicas. El dinero que se derrocha hoy en gastos suntuarios y promoción de su imagen o marca no se destina en ningún caso a colmar dicho vacío. El adoctrinamiento excluye totalmente el rico legado literario y filosófico de los primeros siglos de la gran cultura islámica bajo los omeyas, abasíes y en el Andalus.

Recuerdo que un tiempo después de mi fracaso recibí una invitación de Riad para asistir allí a un coloquio sobre el diálogo intercultural. Pero en un país en donde Ibn Rush (Averroes) está prohibido por ser racionalista, Ibn Arabi por místico y Las mil y una noches por “licenciosa”, me dije para mis adentros, ¿de qué clase de cultura estarían hablando?